De mí, para mí: porque sí
Hola, no sé si son buenos días, buenas tardes o buenas noches; sólo sé que este momento, esta lectura, este suspiro entre palabras, es un regalo de mí, para mí, porque sí, porque hoy decidí que merezco escucharme, merezco sentirme, merezco hablar, aunque lo haga con el alma rota, aunque nadie escuche, aunque en ocasiones parezca que no tiene sentido. Hoy vengo a contarles por qué esto, justo esto, es un acto de amor propio, y por qué, al nombrarlo, lo vuelvo un regalo.
Hoy, 30 de mayo, escribo con el corazón en la mano, no por impulso ni por debilidad, sino porque comprendí que, aunque la vida te sacuda, aunque las palabras de otros hieran más que cualquier golpe físico, una debe aprender a ser fuerte, no por apariencia, no por presión, sino por dignidad, por respeto a una misma, por amor. Porque, aunque hay comentarios que calan profundamente, aunque a menudo nuestro silencio sea malinterpretado, debemos recordar que no todo merece respuesta, que no todo lo que dicen define quiénes somos ni cuánto valemos.
Y hoy también sé lo que significa amar, no sólo amar a otros, sino amar sin miedo, sin barreras, sin condiciones, de esa forma que transforma, que enriquece, pero que también puede romperte en mil pedazos.
No me refiero únicamente al amor romántico, sino al más complejo, el más necesario y, muchas veces, el más postergado: el amor hacia uno mismo. Ese que no se enseña en los libros de texto, que no se adquiere automáticamente, que se construye entre escombros, entre días difíciles, entre miradas al espejo donde cuesta reconocerse.
Amarse, entonces, es aceptar nuestras cicatrices, es comprender nuestras caídas, es perdonarnos por los errores cometidos. Y sí, hay muchas formas de amar: a una pareja, a un amigo, a la familia, pero hay una que, aunque con frecuencia olvidamos, debería ser la prioridad, incluso cuando incomoda, incluso cuando cuesta: el amor propio. Ese que no mendiga atención, que no acepta migajas emocionales, que no se reduce para encajar, ese que afirma que ser tú misma, con todas tus luces y tus sombras, ya es suficiente.
Es ese amor propio el que, en los momentos más oscuros, susurra en voz baja que no debes rebajarte, que no debes romperte para sostener a otros, que no tienes que apagar tu luz para no incomodar. Es ese amor que te abraza cuando nadie más lo hace, que te levanta cuando tú misma no puedes, que espera paciente tu regreso cuando sientes que te has perdido. Porque sí, hay días en los que uno se siente insuficiente, en los que todo parece pesar más de lo que puedes cargar, y justo entonces, es cuando más necesitas volver a ti, a tu voz, a tu refugio interior.
Sanar no comienza en los demás, comienza contigo, con ese rincón que has olvidado, con esa voz que decidiste silenciar, con esa versión tuya que aún llora dentro, esperando ser mirada con ternura. Como escribió Rupi Kaur: “¿Qué es más fuerte que el corazón humano, que se rompe una y otra vez y aun así sigue latiendo?” Y sí, lo sigue haciendo, incluso cuando todo parece derrumbarse.
Asimismo, pienso en Frida Kahlo y en su poderosa afirmación: “Me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco”, y comprendo que conocerse a fondo no siempre es cómodo, que implica enfrentarse a lo que evitamos, que demanda tiempo, paciencia, y una profunda honestidad con lo que somos, con lo que nos duele, con lo que soñamos. Como adolescente, he aprendido muchas cosas en el aula, pero quizás ninguna tan significativa como aquellas que la vida me enseñó entre clases: llorar en el baño en silencio, caminar por los pasillos con audífonos fingiendo normalidad, entregar tareas con el alma hecha trizas, exponer frente a grupos con lágrimas aún frescas, estudiar mientras cargo crisis emocionales y expectativas ajenas que pesan más que mi propia mochila.
Y, sin embargo, aquí estoy.
Y si tú también estás aquí, leyéndome, sobreviviendo a lo que no dices, resistiendo sin aplaudirte, entonces ya estás ganando. Porque como escribió Brianna Wiest: “Tu alma no está rota. Está siendo reconstruida.” Y sí, tal vez se esté reconstruyendo ahora mismo, en silencio, mientras lees estas líneas.
Por eso, hoy me escribo esto como quien deja una nota en la orilla del alma, para recordarme —y para recordarte también— que merezco lo mejor, que mi paz no es negociable, que mi luz no debe apagarse por comodidad ajena, que, si estoy rota, puedo reconstruirme, pero esta vez con piezas más mías, más honestas, más fuertes. Y si algún día me olvido, si algún día me pierdo, si alguna vez dudo de mi valor, entonces volveré aquí, me leeré, me escucharé, porque yo también merezco un regalo así, uno que no se envuelve en papel, sino en verdad, en amor, en palabras que sanan.
Y mientras el calendario marca el final del 30 de mayo, me abrazo con estas palabras, porque entendí que a veces sobrevivir en silencio también es una forma de valentía; que, aunque nadie lo sepa, sigo aquí, reconstruyéndome pedazo a pedazo, con lágrimas que no siempre se ven, pero con un corazón que —a pesar de todo— sigue apostando por el amor, por la esperanza, y por la vida.
Y antes de despedirme, quiero decir esto: aprendí a amarme, no de golpe, no de forma perfecta, sino en medio del caos, en medio de los llantos escondidos, en medio de los días donde sentí que ya no podía más. Aprendí a quererme cuando nadie lo hacía, a sostenerme cuando todo pesaba, a entender que no necesito cumplir expectativas para valer, y sobre todo, aprendí que también merezco amor, pero, por encima de todo, merezco el mío.
Porque, como escribió Albert Camus: “En medio del invierno, descubrí por fin que había en mí un verano invencible.”
Con amor, de mí, para mí,
y quizás también para ti.
Escrito por: Katia Uriol
BIBLIOGRAFIA:
- Kaur, Rupi. The Sun and Her Flowers. Andrews McMeel Publishing, 2017.
- Kahlo, Frida. Frases célebres.
- Wiest, Brianna. The Mountain Is You. Thought Catalog Books, 2020.
- Camus, Albert. Return to Tipasa. 1952.
Comentarios
Publicar un comentario